El botón del semáforo, el termostato de la oficina, el botón para cerrar las puertas del ascensor... Cada día pulsamos muchos botones que hacen que nuestra vida sea más fácil y dinámica pero, ¿alguna vez te has planteado si realmente sirven para algo o son un placebo?
Si te paras a pensar cuántos botones pulsas a lo largo del día, seguro que son tantos que te cuesta recordarlos. Cada vez son más los timbres, teclas y pulsadores que forman parte de nuestra rutina diaria pero, ¿sabías que muchos de ellos no tienen ningún efecto real?
Los botones de los pasos de peatones son unos de esos botones que a menudo no tienen ninguna función, ya que una gran parte de ellos no funcionan. A pesar de que son muy útiles en vías poco transitadas, la mayor parte de los pulsadores para cruzar los semáforos de las grandes ciudades sólo funcionan por las noches, han sido desconectados o simplemente nunca fueron reparados tras estropearse.
Sin embargo, la mayoría de ellos se conservan por su efecto placebo. Resulta que estos botones, a pesar de que no funcionen, previenen muchos atropellos: el peatón parece más dispuesto a esperar si sabe que el semáforo se abrirá antes porque ha tocado el botón y, por tanto, es más improbable que cruce con él cerrado.
Aunque parezca extraño, los botones placebo nos proporcionan una sensación de control que nos da seguridad y consuelo, el presentimiento de que conseguiremos una recompensa tras apretar el botón.
Los botones de cierre inmediato de puertas de ascensor son un claro ejemplo de esos botones que pulsamos insistentemente aunque no produzcan ningún efecto visible. Este tipo de botones, por seguridad, sólo funcionan cuando el ascensor se acciona mediante una llave especial para labores de mantenimiento. Así que ahora ya sabes que por mucho que lo pulses no conseguirás que las puertas se cierren antes del tiempo programado.
Las grandes empresas conocen la sensación de confianza y tranquilidad que nos proporcionan estos botones y lo tienen en cuenta a la hora de diseñar o realizar cambios en sus productos.
Quizás por eso Google ha querido conservar el icono de búsqueda en su página principal, a pesar de que ya no recuerdes el tiempo que hace que no lo usas. Su simple presencia hace su página más cercana y familiar, lo que la convierte en más cómoda de utilizar para los usuarios.
Tampoco los pequeños electrodomésticos se libran de los botones placebo: muchos incluyen un botón de velocidad máxima o "turbo", cuya velocidad o potencia real no suele ser muy diferente de la que alcanza cuando no apretamos ese botón. Estos botones hacen que sea más fácil escoger estos productos y no otros, nos dan seguridad a la hora de utilizarlos y nos parece que son más eficaces.
En este sentido, algunas empresas instalan otro de los botones que más frecuentemente suelen tener un efecto placebo: son los termostatos de las oficinas, que en la mayoría de las ocasiones no están ni siquiera conectados al aire acondicionado o la calefacción.
Muchas empresas los instalan para que sus empleados se sientan más valorados en su trabajo, con mayor capacidad de control. Tanto, que se sienten aliviados tras ajustar el termostato y son capaces de sentir el cambio de temperatura, por lo que pierden menos tiempo quejándose y son más felices, lo que los hace también más productivos.
Parece que el primero de estos botones placebo se instaló en el Air Force One del Presidente norteamericano Johnson, quien se quejaba continuamente de la temperatura dentro del avión presidencial. Según parece, el botón nunca estuvo conectado a nada, pero el presidente dejó de quejarse.
Pulsas un botón y esperas una respuesta. Estamos tan acostumbrados a este proceso que a veces no es necesario que aparezca la respuesta para que sigamos apretando botones inservibles, botones placebo que sólo sirven para darnos el consuelo de que podemos intervenir en el funcionamiento de las cosas, una sensación de control cada vez más necesaria en nuestras vidas.