La piel atópica o dermatitis atópica es una afección cutánea crónica que se presenta en forma de descamación en la piel del pecho, la cara, la cabeza y los brazos.
La piel atópica tiene su causa en un trastorno de las glándulas sebáceas, produciendo una especie de rojez o picazón seguida de la aparición de las escamas.
Esta enfermedad no es contagiosa y se desconocen sus causas. Casi siempre aparece antes de que el bebé cumpla el año de vida, y suele empezar en las mejillas, las rodillas o los codos.
Si el padre o la madre padece alguna variedad de atopía (rinitis alérgica, asma bronquial, urticaria o conjuntivitis alérgica) es más probable que el bebé desarrolle piel atópica.
Sin embargo, los factores medioambientales (contaminación) y psicológicos (stress y ansiedad) han sido señalados como los causantes del aumento de la incidencia de la dermatitis atópica, ya que la piel es el órgano sensorial más amplio del cuerpo.
El tratamiento de la dermatitis atópica incluye cremas de corticoides y antibióticos, pero también la higiene y la prevención de factores que puedan agravarla (ácaros, polen, ambiente recargado...). Es importante que el paciente conozca su enfermedad.
Opciones naturales como el aloe vera, la vaselina y los aceites de oliva y almendras son muy recomendables para hidratar la piel. Puedes preguntar a tu herborista sobre cómo elaborar humectantes caseros que puedes preparar muy fácilmente con avena, miel o aceites esenciales.
Para evitar que se agraven los síntomas de la piel atópica, también es muy importante mantener un ambiente limpio y libre de alérgenos o productos químicos. Ventilar diariamente y evitar la lana en la habitación del niño eliminará muchos alérgenos.
Una piel limpia, cuidada y bien hidratada previene la aparición de posibles infecciones que puedan agravarse. Un ambiente feliz, la hidratación diaria y una alimentación sana ayudarán a mantener la piel atópica de tu bebé bajo control.